Misèria i patiment enmig de l’abundància i l’opulència | Ignominioses pàgines a La Vanguardia

Pàgines d’avui a La Vanguardia 4 de juny de 2018. Anunci per a super rics en mig de notícies sobre el patiment de refugiats i migrants

Todos ya vivimos en perpetuo movimiento. Uno, de hecho, no puede quedarse quieto sobre una arena movediza tampoco en nuestro capitalismo tardío o posmoderno “cuyos puntos de referencia están montados sobre ruedas y tienen la irritante costumbre de desaparecer si darnos tiempo de leer las instrucciones” (p.104).

Y es que la globalización arrastra a las economías a la producción en masa de lo efímero (gracias a los sistemas de obsolescencia programada o el siempre impulso de lo nuevo todo nuevo) y de lo precario. Para abrirse camino en el competitivo mercado nuevas y cambiantes comodities se debe despertar el deseo, seducir, y dejar paso a nuevos objetos “para no detener la búsqueda global” (105). La industria está montada para producir atracciones y tentaciones. Como se sabe tentación y seducción son por definición efímeros. Entonces nos vemos volcados a una carrera desenfrenada y sin fin en busca de deseos nuevos. Esto conlleva la eliminación de la espera y la pregunta sobre qué sentido tiene la idea de límite. Y sin sentido no hay manera de que se le acabe el impulso a la rueda mágica de la tentación y del deseo. Las consecuencias, tanto para los victoriosos como para los derrotados, son tremendas.

No se puede “curar” la pobreza porque no es un síntoma de capitalismo enfermo. Por el contrario, es señal de vigor y buena salud, de acicate para hacer mayores esfuerzos en pos de la acumulación… Hasta los más ricos del mundo se quejan de las cosas de las que deben prescindir… Hasta los más privilegiados están obligados a padecer el ansia de adquirir.

Esto se despliega claro en lo que conocemos como la sociedad de consumo (citar La Era del Vacío o el Imperio de lo Efímero de Gilles Lipovetsky). Las anteriores sociedades de productores eran también de soldados. Se debían cumplir estas dos funciones, producir y ser obediente y disciplinado. Ahora en esta nueva etapa del capitalismo se debe comprometer a sus miembros como consumidores. La socialización actual pasa por el deber consumir, además pasa por el consumir para ser y por hacerlo con entusiasmo.

Y aunque todas las sociedades han sido siempre de productores y consumidores, el émfasi puesto en una dimensión u otra introduce diferencias enormes en la forma de organización social, cultural y la vida individual.

Si los filósofos, poetas y predica­dores de la moral entre nuestros antepasados se pregun­taban si uno trabaja para vivir o vive para trabajar, el interrogante sobre el cual se medita en la actualidad es si uno debe consumir para vivir o vive para consumir. Es decir, si somos capaces y sentimos la necesidad de se­parar los actos de vivir y consumir (107).

En la sociedad actual los hábitos no están bien vistos y por ello no perduran. El mantra actual es nada firme, nada comprometido y por tanto jamás saciado, jamás satisfecho…siempre y de nuevo hasta nuevo aviso. Y esto comporta una primera contradicción importante. “La plaga de la sociedad de consumo —y la gran preo­cupación de los mercaderes de bienes de consumo— es que para consumir se necesita tiempo” (108) aunque la lógica impulsada por la tecnología de la comprensión del tiempo imponga que el goce debe durar lo mínimo.

En este sentido, el consumidor no debe fijar la atención durante mucho tiempo en nada. Los sujetos de esta nueva sociedad de consumo deben ser impacientes, impulsivos, inquietos con interés siempre espúreo y siempre volátil. En este sentido es que la cultura del consumo es una cultura del olvido y no del aprendizaje.

El valor es el de la promesa que puede prescindir del de la necesidad.

Cuando se despoja el deseo de la demora y la demora del deseo, la capacidad de consumo se puede extender mucho más allá de los límites impuestos por las nece­sidades naturales o adquiridas del consumidor; asimis­mo, la perdurabilidad física de los objetos de deseo deja de ser necesaria. Se invierte la relación tradicional entre la necesidad y la satisfacción: la promesa y la esperan­za de satisfacción preceden a la necesidad que se ha de satisfacer, y siempre será más intensa y seductora que las necesidades persistentes. (109)

El consumismo es el análogo social de la psicopatologia de la depresión que tiene como síntomas la exasperación y el insomnio. Y es que la regla ahora no es la acumulación si no la emoción, y una emoción nueva e inédita. Ahora no se trata de acumular objetos sino sensaciones y experiencias. Aquí por primera vez el deseo no busca satisfacción, busca deseo.

Se trata de no dar tregua al consumidor. Que permanezca en un estado de excitación perpetua Crees que ya lo has visto todo?. El consumo deviene una compulsión, una obligación, una presión interiorizada y una manera de vivir de otra manera mostrándose como la máxima y más clara manifestación del libre albedrío.

El consumidor deviene libre en la medida que puede retirar o negar la adhesión a cualquier producto. Puede escoger libremente TODO excepto el hecho de tener que escoger/ adquirir. Esto no resulta ninguna opción.

El consumidor, ávido de nuevas atracciones, queda hastiado rápidamente y esta rápida transformación provoca la desaparición de los puntos de referencia. Se trata de gozar de todo menos de la quietud. El consumidor es un viajero que no puede dejar de serlo. Pero claro, además, no todos pueden ser viajeros, no todos pueden ser consumidores. “Todos estamos condenados a elegir durante toda la vi­da, pero no todos tenemos los medios para hacerlo.” (114). La escala que ocupan “los de arriba” y “los de abajo” en la sociedad de consumo es la del grado de movilidad, de libertad para elegir el lugar que ocupan:

Una diferencia entre “los de arriba” y “los de abajo” es que los primeros pueden alejarse de los segundos, pe­ro no a la inversa. En las ciudades contemporáneas se produce un apartheid a rebours: los que tienen medios suficientes abandonan los distritos sucios y sórdidos a los que están atados, a aquellos que carecen de esos medios. Ya sucedió en Washington D.C. y está a pun­to de ocurrir en Chicago, Cleveland y Ealtimore. En Washington, el mercado inmobiliario no aplica la dis­criminación; sin embargo, existe una frontera invisible a lo largo de la calle 16 en el oeste y el río Potomac en el noroeste, y aquellos que quedaron del otro lado ha­rán bien en no franquearla. La mayoría de los adoles­centes detrás de la frontera invisible, pero no por ello menos tangible, no conocen el centro de Washington con su esplendor, su ostentosa elegancia, sus placeres refinados. Ese centro no existe en sus vidas. No se puede conversar por encima de la frontera. Sus expe­riencias vitales son tan radicalmente distintas que no está claro sobre qué podrían hablar los residentes de uno y otro lado si se conocieran y se detuvieran a con­versar. Como observó Ludwig Wittgenstein, “si los leones pudieran hablar, no los entenderíamos” (114).

No es encontramos entonces con libertad de movimiento «por arribar» y obligación de movilidad «por abajo» Es decir, el acceso a la mobilidad global se entiende ahora como un factor clave de la estratificación. Esta es la dimensión glogal del privilegio y la otra cara de la misma moneda, la privación:

La reducción del espacio entraña la abolición del paso del tiempo. Los habitantes del primer mundo vi­ven en un presente perpetuo, atraviesan una sucesión de episodios higiénicamente aislados, tanto del pasado como del futuro. Están constantemente ocupados y siempre “escasos de tiempo”, porque cada momento es inextensible, una experiencia idéntica a la del tiempo “colmado hasta el borde”. Las personas atascadas en el mundo opuesto están aplastadas bajo el peso de un tiempo abundante, innecesario e inútil, en el cual no tie­nen nada que hacer. En su tiempo “no pasa nada”. No lo “controlan”, pero tampoco son controlados por él, a diferencia de sus antepasados, que marcaban sus entra­das y salidas, sujetos al ritmo impersonal del tiempo fabril. Sólo pueden matar el tiempo, a la vez que éste los mata lentamente.

«Los residentes del primer_mundo viven en el tiempo; e espacio no rige para ellos, ya que cualquier distancia se recorre instantáneamente» (117). Por su parte, los residentes del segundo mundo viven en el espacio: pesado, resistente, intocable, que ata el tiempo y lo mantiene fuera de su control. Su tiempo es vacuo; en él, “nunca pasa nada”. Sólo el tiempo virtual de la televisión tiene una tructura, un “horario”; el resto pasa monótono, va y viene, no exige nada y aparente­mente no deja rastros. Sus sedimentos aparecen de im­proviso, sin ser anunciados ni invitados. Este tiempo inmaterial, liviano, efímero, carente de cualquier cosa que le dé sentido y por ende gravedad, no tiene el me­nor poder sobre ese espacio verdaderamente real don­de están confinados los residentes del segundo mundo.

Para el habitante del primer mundo –ese mundo cada vez más cosmopolita y extraterritorial de los empre­sarios, los administradores de cultura y los intelectuales globales-, se desmantelan las fronteras nacionales tal omo sucedió para las mercancías, el capital y las finanzas mundiales. Para el habitante del segundo, los muros de controles migratorios, leyes de residencia, políticas de “calles limpias” y “aniquilación del deli­to” se vuelven cada vez mas altos; los fosos que los separan de los lugares deseados y la redención soñada se vuelven más anchos, y los puentes, al primer intento de cruzarlos, resultan ser levadizos. Los primeros via­jan a voluntad, se divierten mucho (sobre todo, si via­jan en primera clase o en aviones privados), se les seduce o soborna para que viajen, se les recibe con son­risas y brazos abiertos. Los segundos lo hacen subrepti­cia y a veces ílegalmente; en ocasiones pagan más por la superpoblada tercera clase de un bote pestilente y derrengado qué otros por los lujos dorados de la business class; se les recibe con el entrecejo fruncido, y si tienen mala suerte los detienen y deportan apenas llegan. (118)

Claro, esto inevitablemente agraba la polarización social. El capitalismo flexible aumenta las distancias entre unos y otros. Para unos mayor capacidad de acumulación para otros mayor capacidad de ser explotados.

Nos encontramos entonces con la necesidad de redefinir los conceptos de Libertad y esclavitud

Dudo de que toda la filosofía de este mundo consiga suprimir la esclavitud; a lo sumo le cambiarán el nombre. Soy capaz de imaginar formas de servidumbre peores que las nuestras, por más insidiosas, sea que se logre transformar a los hombres en máquinas estúpidas y satisfechas, creídas de su libertad en pleno sometimiento, sea que, suprimiendo los ocios y los placeres humanos, se fomente en ellos un gusto por el trabajo tan violento como la pasión de la guerra entre las razas bárbaras. A esta servidumbre del espíritu o la imaginación, prefiero nuestra esclavitud de hecho. Sea como fuere, el horrible estado que pone a un hombre a merced de otro exige ser cuidadosamente reglado por la ley. Velé para que el esclavo dejara de ser esa mercancía anónima que se vende sin tener en cuenta los lazos de la familia que pueda tener, ese objeto despreciable cuyo testimonio no registra el juez hasta no haberlo sometido a la tortura, en vez de aceptarlo bajo juramento. Prohibí que se lo obligara a oficios deshonrosos o arriesgados, que se lo vendiera a los dueños de lenocinios o a las escuelas de gladiadores. Aquellos a quienes esas profesiones agraden, que las ejerzan por su cuenta: las profesiones saldrán ganando. En las granjas, donde los capataces abusan de su fuerza, he reemplazado lo más posible a los esclavos por colonos libres. Nuestras colecciones de anécdotas están llenas de historias sobre gastrónomos que arrojan a sus domésticos a las murenas, pero los crímenes escandalosos y fácilmente punibles son poca cosa al lado de millares de monstruosidades triviales, perpetradas cotidianamente por gentes de bien y de corazón duro, a quien nadie pensaría en pedir cuentas. Hubo muchas protestas cuando desterré de Roma a una patricia rica y estimada que maltrataba a sus viejos esclavos; un ingrato que abandona a sus padres enfermos provoca mayor escándalo en la conciencia pública, pero yo no veo gran diferencia entre las dos formas de inhumanidad

Yourcenar, M., traducció de  Cortázar, J. (1994). Memorias de Adriano. Novela histórica (Vol. 1, p. 235). Barcelona: Salvat. (p.63)

En este sentido tenemos, por un lado, EL TURISTA El cosechador de sensaciones. En el extremo opuesto, el Vagabundo.

Están en marcha porque “quedarse en casa” en un mundo hecho a la medida del turista parece humillante y sofocante; además, no parece una propuesta factible en el largo plazo. Están en movi­miento porque fueron empujados desde atrás, después de haber sido desarraigados de un lugar que no ofre­ce perspectivas, por una fuerza de seducción o propul­sión tan poderosa, y con frecuencia tan misteriosa, que no admite resistencia. Para ellos, su suerte es cual­quier cosa menos una expresión de libertad. Éstos son los vagabundos; oscuras lunas errantes que reflejan el resplandor cíe los soles turistas y siguen, sumisas, la órbita del planeta; imitantes de la evolución posmo-dema, monstruosos marginados de la nueva especie feliz. Los vagabundos son los desechos de un mundo que se ha consagrado a los servicios turísticos (121) […] Los turistas se desplazan porque el mundo a su alcance (global) es irresistiblemente atractivo; los vagabundos lo hacen porque el mundo a su alcance (local) es insoportable­mente inhóspito. Los turistas viajan porque quieren; los vagabundos, porque no tienen oirá elección soportable.

La globalización sirve a satisfacer sueños, deseos de los turistas y conlleva inevitablemente la transformación de muchos otros en vagabundos [La piel quemada, JM Forn]. No se les permite que­darse quietos, no hay lugar que garantice su perma­nencia, et fin de la movilidad indeseable) ni buscar un lugar mejor. «Emancipado del espacio, el capital ya no necesita una mano de obra itinerante (mientras que su van­guardia más emancipada, basada en la más avanzada tecnología, prácticamente no necesita mano de obra alguna, sea móvil o inmóvil). Y así, la presión para de­rribar las últimas barreras al movimiento libre del dinero y de las mercancias y la información que sirven para ganarlo, va de la mano con la presión para abrir nuevos fosos y erigir nuevos muros. Luz verde para los turistas, luz roja para los vagabundos

La polarización del mundo y su población, fenómenos conocidos y que causan preocupación cre­ciente, no son un “palo en la rueda” externo, foráneo, perturbador del proceso de globalización, sino su con­secuencia. No hay turistas sin vagabundos, y aquéllos no pue­den desplazarse en libertad sin sujetar a éstos…(123)

Efectivamente las imágenes de lo que debe ser «la buena vida» las portan los turistas y se expresan en la posibilidad de devenir uno de ellos….y a la inversa.

Y es que “el secreto de la sociedad actual es la INSATISFACCIÓN PERMANENTE” (P.124) Los ricos devienen “objetos de admiración universal”, la figura contraria del anterior self-made-man. Éste era el hombre que al triunfar por su propio esfuerzo constituía el ejemplo vivo de los efectos benéficos de la adhesión estricta y tenaz a la ética del trabajo y la razón. Esto ya no es así.

Lo único que importa hoy es la posibilidad de cambiar todo a voluntad y sin esfuerzo; […]que su futuro se ve siempre más gratificante y seduc­tor que el pasado […] Se diría que su norte es la estética del con­sumo; su grandeza percibida, su derecho a la admira­ción universal, no se basan en la sumisión a la ética del trabajo o al precepto severo, abstemio de la razón, si­no en la exhibición de un gusto estético extravagante, incluso frívolo (p.125)

Hay que tener presente que el propulsado crecimiento económico, comporta siempre e ineludiblemente en sociedades capitalistas, el aumento de la pobreza y por tanto de la desigualdad. Análogamente, hace aumentar también la brecha entre lo deseable y lo realizable. Los vagabundos no pueden seguir el ritmo del consumo. Son unos aguafiestas y por ello rompen la norma y socavan el orden. “Son inútiles e indeseables, su crimen es querer ser turistas sin los medios para ellos”. Y es que en la sociedad de los viajeros, el turismo y la vagancia son las dos caras de la misma moneda “Los turistas abo­minan de los vagabundos más o menos por la misma razón que éstos consideran a aquéllos sus gurúes e ídolos”.

Entre los dos extremos se en­cuentra una gran parte, probablemente la mayor parte de la sociedad de consumidores-viajeros, que nunca tienen plena certeza acerca de dónde están parados en un momento dado ni, menos aún, de si conservarán su situación actual al día siguiente. La línea que demarcan ambos mundos es tenue y fina y es fácil cruzarla sin advertirlo. En el capitalismo flexible la mayoría no tiene jamás la plena certeza de si conservará su situación actual al día siguiente. Es un presente continuo sin futuro y con una inseguridad endémica.

El vagabundo deviene la pesadilla del turista y no lo teme por lo que es, sino porque puede convertirse el uno en el otro y a la inversa “Al barrerlo bajo la alfombra -al desterrar al mendigo y al sin techo de la calle, al encerrarlo en un gueto lejano e “infranqueable”, al exigir su exilio o encarcelamiento— el turista trata desesperadamente, aunque en última instancia en vano, de deportar sus propios miedos.”. Con este presupuesto entendemos mucho mejor la obsesión por la ley y el orden de los que aspiran a ser cada día turistas con más experiencias y kilómetros a sus espaldas.

A partir de esto, es fácil imaginar que se acaban polarizando, no solo las poblaciones y las clases sociales, ante todo, dos percepciones del mundo antepuestas. Por un lado, la ideología de los que pueden costearse una identidad cosmopolita y los que asumen que esta ideología se basa en la doxa bourdeiana.

Es decir, la flexibilización y la desregulación permiten a una clase cada vez más privilegiada, vivir experiencias de hibridación Cultural, considerarse ciudadanos globales cuidándose de acumular experiencias creadoras y emancipadoras. Ahora bien, esta vida se sustenta sobre la aniquilación de los locales, los que no pueden desplazarse a su antojo por el globo en busca de mejores y más auténticas experiencias.

Con todo, “esta realidad posmoderna del mundo consumista regulado/desregulado, globalizador/localizador, encuentra apenas un reflejo pálido, unilateral, groseramente deformado en esta narrativa posmoderna. La hibridación y derrota de los esencialismos proclama­da, por el elogio posmoderno del mundo “globalizador” distan de transmitir la complejidad y las agudas contra­dicciones que desgarran al mundo. El posmodernismo, una de las muchas descripciones posibles de la realidad posmoderna, no hace más que expresar las vivencias de casta de los globales: la categoría vociferante, altamente audible e influyente, pero más bien estrecha, de los extraterritoriales y trotamundos.

LO que conlleva, al final, una ruptura de las comunicaciones entre las élites cultas y el populus.

Bauman, Z. (1999). Turistas y Vagabundos. In La globalización. Consecuencias humanas (pp. 103–133). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica Buenos Aires.

Carestía en la ciudad -en medio de la abundáncia

“Treinta años de neoliberalismo nos enseñan que mientras más libre es el mercado más grandes son las desigualdades y mayor el poder de los monopolios. Peor aún, los mercados necesitan la escasez para funcionar. Y si la escasez no existe se crea socialmente. Esto es lo que la propiedad privada y la búsqueda del beneficio se encargan de hacer. El resultado es una carestía en gran medida innecesaria (desempleo, falta de vivienda, etcétera), en medio de la abundancia”

David Harvey

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