El urbanismo es una tecnocracia

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Diorama de la propuesta de destrucción by LeCorbusier del districte de Ciutat Vella, 1934.       Font: AC Documentos de Actividad Contemporánea 

El urbanismo como forma de tecnocracia nace del positivismo. Esta doctrina parte del candoroso presupuesto que no hay nada más que hechos observables. Son ellos los que “nos hablan”, no hay interpretaciones a la hora de aprehender un hecho. En cambio, desde una tradición como la nietzschiana ya se contempla esta propuesta como una ingenuidad. Michel Foucault se apoya precisamente en esta tesis de Nietzsche según la cual no hay hechos, solamente interpretaciones, para decir que el poder crea la verdad, por lo que ante un hecho, cada científico o, en este caso, urbanísta crea su interpretación del mismo, esto es, su propia verdad. Sin embargo, es el poder, el que se expresa imponiendo su interpretación de los hechos al público (Foucault, 1997)⁠.

La forma que adoptó muy pronto el positivismo fue la tecnocracia y la ingeniería social. Estas son disciplinas pensadas para intervenir “científicamente” sobre la población y ganan su destreza y arbitrariedad excusando el poder presente en la producción de conocimiento de la que emana su fundamento y su precario rigor. La objetividad de la ciencia se asienta en la observación de los hechos que, después de un análisis profundo emergen, supuestamente, sus causas y consecuencias, prístinas, puras, descontaminadas de toda afectación social del contexto, del observador y de lo observado. Siendo atrevidos se puede llegar a entender esta obsesión por el dato como un tipo de última y definitiva respuesta a las contradicciones inherentes al conocimiento y más agudamente manifiestas en la ciencia positiva de la cuestión social y urbana. Así lo expresaban en la época próceres de la emancipación social:

Sobre la base firme de estadísticas serias, que ofrecen a la inducción el material indispensable, comienzan a esbozarse las ciencias de la Sociedad (…). Apunta la aurora del día en que la sociedad humana podrá ser regida por principios y no por dogmas, substituyendo la verdad científica a prejuicios funestos y supersticiones nefandas (Valentí i Camp, 1911 citado por Torns, 1989, p. 181)⁠

Desde una postura crítica, de lo primero que se sospecha es precisamente del dato, puesto que la construcción del conocimiento supone “una ruptura con las apariencias, y con el realismo ingenuo que implica su aceptación acrítica” (Bourdieu en Baranger, 2012, p. 110)⁠. En el caso que nos ocupa esta adoración por el dato, la estadística y la ciencia positiva en general no dejaran de anunciar los problemas de lo que se quería considerar –y en cierta medida aún sucede- dos frentes de la crítica urbanística ilustrada: Por un lado, las contradicciones de un urbanismo popular sin el pueblo puesto que éste no tiene los conocimientos adecuados. Por el otro pero íntimamente ligado a éste, la consecuente fe ciega en la tecnocracia parte del mismo presupuesto de lo que podríamos llamar un nuevo “despotismo ilustrado”. No será hasta después de la segunda guerra mundial que las amistades peligrosas de Le Corbusier que tan bien recoge Marc Perelman en su magnífico y bien documentado  Le Corbusier. Una fria visión del Mundo (Virus, 2018) mostrarán su cara más cruda. El Holocausto en Alemania y los progroms estalinistas convergerán en la gran masacre ilustrada y racionalista como brillantemente demostró Zygmund Bauman en su inmejorable Modernidad y Holocausto (2006)⁠.

Análogamente tenemos dos consecuencias –deseadas o no- que emergen de esta fe en la tecnocracia: primera, la preeminencia de los medios creados sobre los fines deseados. Para Bauman, cuantas más tecnologías inventemos para “solucionar los problemas sociales” más cuestiones se resuelven desasosegantes, molestas, inadecuadas, sobre las cuales se debe hacer alguna cosa. Y es quela disponibilidad de determinada tecnología redefine las distintas partes de la realidad humana como problemas que claman ser resueltos”. Esto solo puede darse en una cultura burocrática “que nos incita a considerar la sociedad como un objeto a administrar, como una colección de ‘problemas’ varios a resolver” como legítimo objeto de la “ingeniería social” y, en general, como “un jardín que hay que diseñar y conservar a la fuerza en la forma en que fue diseñado” separando las malas hierbas de las plantas cultivadas (Bauman, 2004. 251- 253).

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Y segunda, la gestación de una nueva clase social que nadie como los anarquistas supieron advertir de los peligros que podía suponer para la revolución:

 Los términos socialistas científicos, socialismo científico […] prueban, por sí mismos, que el pseudo-Estado popular no será otra cosa que el gobierno despótico de las masas proletarias por una nueva y restringidísima aristocracia de verdaderos o pretendidos sabios. Al pueblo que no es sabio, se le descargará de toda inquietud de gobierno, y se le integrará enteramente en la manada de los gobernados (…). Pero esta minoría, dicen los marxistas, se compondrá de obreros. Con perdón, de antiguos obreros, ya que en cuanto se conviertan en representantes o gobernantes del pueblo dejan de ser obreros y contemplarán al mundo común de los obreros desde la estatalidad; ya no representarán al pueblo, sino a sí mismos […] como la ciencia no es accesible a todos, esos pocos lo dirigirán todo (…) al día siguiente de la revolución se fundará una nueva organización social, no a través de la unificación libre de las organizaciones populares (…) sino a través del poder dictatorial de aquella minoría ilustrada (…) bajo el mando directo de los Ingenieros del Estado, que constituyen un nuevo estrato político-científico privilegiado (Bakunin, [1873] 1990, 209-210)

El urbanismo tecnocrático, en su llamada a la eficiencia zonificará la ciudad. Para ello propondrá eliminar los puntos de contacto entre clases suponiendo así la posibilidad de eliminar el conflicto en la ciudad. Un conflicto que no se toma como un hecho simplemente, sino que se deriva de una visión de la ciudad putrefacta debido básicamente a la mixticidad de usos y tipos poblacionales. Estos urbanistas racionalistas del GATCPAC o Le Corbusier –tanto como los decimonónicos- odiaban la mezcla, lo imprevisible, luchaban contra “el desorden” que implica la superposición de usos y el entrecruzamiento de prácticas. En este sentido, la voluntad de hacer eficiente la ciudad era idéntica a la purificar la ciudad y con ello la sociedad:

La Ville Radíeuse presenta los principios que han de guiar la construcción de las ciudades del futuro, […] los tres proyectos parten de cero y obedecen únicamente las normas de la armonía estética y la lógica impersonal de la división funcional. El “Plan” (por ser producto de la razón impersonal , no de la imaginación individual, por brillante o profunda que ésta sea) es la condición única -tanto necesaria como suficiente- de la felicidad humana, que no puede basarse sino en la perfecta articulación de necesidades humanas definidas científicamente y la disposición unívoca, transparente y legible del espacio vital. (Bauman, 2001, pp. 56-58)


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Baranger, D. (2012). Epistemologia y metodologia en la obra de Pierre Bourdieu. Vasa (2a. edició). Buenos Aires: Posadas. https://doi.org/10.1017/CBO9781107415324.004

Bauman, Z. (2001). Guerras por el espacio. Informe de una carrera. En La globalización. Consecuencias humanas (Vol. 52, pp. 39-73). México: Fondo de Cultura Económica México.

Bauman, Z. (2006). Modernidad y holocausto. Madrid: Sequitur.

Foucault, M. (1997). Las palabras y las cosas : una arqueología de las ciencias humanas (25a ed., 1). Madrid; México: Siglo XXI.

Torns, T. (1989). Els orígens de la Sociologia a Catalunya i la figura de Santiago Valentí i Camp. Papers: revista de sociologia, 31, 175-184.

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