Pero es una lección muy severa, de un tremendo rigor; en verdad es una conducta forzada, antinatural. En la vida cotidiana nos confundimos constantemente con los demás. En calidad de entrevistador, lo mismo que en el amor, las relaciones parentales y el trabajo, el contacto elemental con los otros lo hacemos por medio de la proyección. […]
“En Harvard, a Riesman le preocupaba que me quedara dando vueltas alrededor de mis problemas personales. Para sacarme de mi caldo emocional, tanto Riesman como Erikson sugirieron que aprendiera a realizar entrevistas.
La realización de entrevistas en profundidad es una habilidad peculiar y a menudo frustrante. A diferencia del encuestador, que hace preguntas, el entrevistador en profundidad desea explorar las respuestas que la gente da. Para explorar, el entrevistador no puede ser impersonal como una roca; por el contrario, debe dar algo de sí mismo a fin de merecer una respuesta abierta. Sin embargo, la conversación se decanta en un solo sentido; no se trata de hablar como hablan los amigos. Con harta frecuencia el entrevistador descubre que ha ofendido a los sujetos, que ha traspasado una línea que sólo los amigos o las relaciones íntimas pueden cruzar. La habilidad consiste en calibrar las distancias sociales de tal modo que el sujeto no se sienta como un insecto bajo el microscopio.
Erikson desconfiaba de la formalización de esta habilidad; cuando vi películas de su trabajo con niños pequeños comprendí por qué. Parecía gozar de jugar con ellos, mientras al mismo tiempo observaba con todo cuidado cada uno de sus movimientos: versión clínica de lo que los músicos llaman escuchar con el «tercer oído». En música, esta experiencia es difícil, pero simple; un chelista corrige el sonido a medida que lo produce, por ejemplo, modulando la presión del arco apenas comienza a oírse el sonido. En la entrevista, el «tercer oído», que requiere que el entrevistador se encuentre al mismo tiempo dentro y fuera de la relación, es más desconcertante porque carece de medida física. Erikson parecía hacerlo instintivamente.
Sin embargo, en los años sesenta, otros científicos sociales tomaron conciencia de las técnicas de la entrevista. En esa década, una división perversa había establecido la distinción entre ciencias sociales «duras» y «blandas»; la gente que se ocupaba de números se separó de la que se ocupaba de valores, sentimientos y comprensión subjetiva. Los hombres duros predominaron porque parecía que hablaban el lenguaje de los hechos. En cierta medida, los humanistas trataban de defenderse argumentando que gran parte de lo que sabemos de la vida social es resultado de la interacción con otras personas, que no hay «hechos» al margen de nuestro compromiso.
En antropología, la visión humanista fue propuesta de manera convincente por Clifford Geertz, quien forzó a sus colegas a que se cuestionaran su papel y su presencia en la recogida de información de otras culturas. Entre los sociólogos, esta opinión se propuso y se aplicó por primera vez a las entrevistas en los años treinta y cuarenta del siglo XX. El sociólogo polaco Florian Znaniecki había creado una escuela dedicada a reunir historias de vida; hacia la Segunda Guerra Mundial, había excelentes etnógrafos sociales en Suècia y en Dinamarca; en Estados Unidos, antes de la guerra, en la Universidad de Chicago y luego en la de Berkeley, había profesores que pasaban mucho tiempo en las calles o frecuentaban los corredores de los hospitales psiquiátricos, plenamente sensibles a la influencia de su presencia en los relatos que interpretaban.
Cuando, en la década de los sesenta, se amplió la división entre el conocimiento social «duro» y el «blando», los sociólogos etnógrafos fueron más autorreferenciales; mientras que Erikson se inspiraba en su propia experiencia para entender a los otros, muchos de sus seguidores emplearon a los demás para entenderse a sí mismos. La cultura más extensa de los sesenta, tan emocional, reforzó el énfasis autorreferencial.
También Riesman, y no menos que Erikson, fue un entrevistador instintivo. Podía estropear cualquier reunión social transformándola en un grupo de discusión; daba monedas a los mendigos de la calle a cambio de sus historias recientes o no tan recientes; a menudo olvidaba corregir los trabajos de los estudiantes por interrogarlos acerca de, por ejemplo, el significado de ser hijo mayor de un sacerdote metodista de Kansas. Pero La muchedumbre solitaria no es un libro «dirigido hacia dentro», para emplear su propia y principal terminología. Aunque es consciente de sí mismo, Riesman desaparece en su libro.
Se supone que un entrevistador, antes que esperar oír ecos de sus propia vida, utiliza sus experiencia para comprender a los otros. Más en general, el sentido común nos dice que cuando se trata a los otros como espejos de uno mismo, no se les reconoce la realidad propia de sus existencia personal; es necesario respetar el hecho elemental de que son distintos. Ésta parece ser la lección: si los respetas, no te proyectes en ellos.
Pero es una lección muy severa, de un tremendo rigor; en verdad es una conducta forzada, antinatural. En la vida cotidiana nos confundimos constantemente con los demás. En calidad de entrevistador, lo mismo que en el amor, las relaciones parentales y el trabajo, el contacto elemental con los otros lo hacemos por medio de la proyección. […]
Sennett (2003) El Respeto. Anagrama: BCN
I sobre el treball de l’etnógraf
“Dediquem hores a sentir com la gent, sola o en grups, se explica i explica els seus valors, les seves pors i esperances […] l’etnògraf atent presta atenció al que fa que la gent es contradigui, o també, al que porta a la gent a un carreró sense sortida en la seva capacitat de comprensió”,
Richard Sennet, (2006) La cultura del nuevo capitalismo. Anagrama, BCN
gracias!